EFECTOS DE LA GLOBALIZACION

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Por Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, París.
Conferencia ofrecida en el auditorio de la Unión Industrial Argentina (UIA) y en el de la Asociación Cristiana de Jóvenes los días 10 y 11 de julio de 2000.

Dos fenómenos centrales caracterizan hoy a nuestro planeta: por una parte, todos los Estados participan de la dinámica globalizadora. Al mismo tiempo, el mundo asiste a la revolución de la información. Se trata de un proceso importante, comparable al del pasaje de la economía agraria al de la economía industrial.

Vivimos una segunda revolución capitalista, cuyo nombre es globalización. ¿Y qué es la globalización? Se trata de la interdependencia y de la imbricación cada vez más estrecha de las economías de numerosos países, sobre todo el sector financiero, ya que la libertad de circulación de flujos financieros es total y hace que este sector domine, muy ampliamente a la esfera económica.

La globalización llega a todos los rincones del planeta, ignorando tanto los derechos y reglas de individuos y empresas como la independencia de los pueblos o la diversidad de regímenes políticos.

La globalización es la característica principal del ciclo histórico inaugurado por la caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989 y la desaparición de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. Su empuje y su potencia son tales, que nos obligan a definir conceptos fundamentales sobre los que reposaba el edificio político y democrático levantado a finales del siglo XVIII, conceptos cómo Estado-nación, soberanía, independencia, fronteras, democracia, Estado benefactor y ciudadanía.

La globalización no apunta a conquistar los países, sino los mercados. Su preocupación no es el control físico de los cuerpos ni la conquista de territorios, como fue el caso durante las invasiones o los períodos coloniales, sino el control y la posesión de las riquezas.

La consecuencia de la globalización es la destrucción de lo colectivo, la apropiación de las esferas política y social por el mercado y el interés privado. Actúa como una mecánica de selección permanente, en un contexto de competencia generalizada. Existe competencia entre el capital y el trabajo, pero como los capitales circulan libremente y los seres humanos son mucho menos móviles, el capital siempre gana.

Los fondos privados de los mercados financieros tienen ahora en sus manos el destino de muchas empresas nacionales y la soberanía de numerosas naciones. También, en cierta medida, la suerte o el destino económico del mundo. Los mercados financieros pueden dictar sus leyes a las empresas y a los Estados. En este nuevo paisaje político-económico, el financista se impone al empresario, lo global a lo nacional y los mercados al Estado.

Mi comentario: Ahora empiezo a entender el aparente fracazo de la Cumbre Mundial.


En una economía globalizada ni el capital, ni el trabajo, ni las materias primas constituyen en sí mismas el factor económico determinante, sino que lo importante resulta de la relación óptima entre esos tres factores. Para establecer esa relación las grandes firmas globales no tienen en cuenta ni las fronteras ni las reglamentaciones, sino solamente el tipo de explotación inteligente que pueden realizar de la información de la organización del trabajo y de la revolución en los métodos de gestión.

Esto comprende, con frecuencia, la ruptura de la cadena de solidaridades en el interior de un país. Se llega así al divorcio entre el interés de las grandes multinacionales y el de las pequeñas y medianas, incluso grandes empresas nacionales; entre el interés de los accionistas de las grandes empresas y el de la colectividad nacional; entre la lógica financiera y la lógica democrática.

Las grandes multinacionales no se sienten concernidas, ni mucho menos responsables por esa situación, ya que subcontratan y venden en el mundo entero y reivindican un carácter supranacional que les permite actuar con enorme libertad, ya que no existen instituciones internacionales capaces de reglamentar con eficacia su comportamiento.

La globalización constituye una inmensa ruptura económica, política y cultural; somete a las empresas y a los ciudadanos a un “diktat” único: “adaptarse”, abdicar de su voluntad para obedecer al mandato anónimo de los mercados financieros. La globalización, tal como se desarrolla actualmente, es el economicismo llevado al extremo.

Esta mundialización condena por adelantado, en nombre del “realismo”, cualquier resistencia, e incluso la disidencia. Los pujos proteccionistas, la búsqueda de alternativas, las tentativas de regulación democrática y las críticas a los mercados financieros son consideradas “arcaicas” e incluso oprobiosas.

La mundialización erige a la competencia en única, exclusiva, fuerza motriz. Helmut Maucher, un ex presidente de Nestlé, declaró en el Foro de Davos (1996): “Tanto para un individuo como para una empresa o un país, lo importante para sobrevivir en este mundo es ser más competitivo que el vecino”.

Y pobre del gobierno que no siga esta línea. “Los mercados lo sancionaran de inmediato –advirtió Hans Tietmeyer, ex presidente del Bundesbank alemán- ya que los políticos están ahora bajo el control de los mercados financieros”. Marc Blondel, secretario del sindicato francés Force Ouvriere, pudo verificar esto en Davos, en1996. “En el mejor de los casos, los poderes públicos sólo son subcontratistas de las grandes multinacionales. El mercado gobierna, el gobierno administra”, declaró Boutros-Ghali, ex secretario general de Naciones Unidas, y señaló: “La realidad del poder mundial escapa ampliamente a los Estados. Esto es así porque la globalización implica la emergencia de nuevos poderes, que trascienden las estructuras estatales”.

¿Y quiénes son, en este siglo que comienza, esos “nuevos poderes”, esos “nuevos amos del mundo”? Por cierto no constituyen, como algunos imaginan, una especie de estado mayor conspirando en las sombras para controlar al mundo. Se trata más bien de fuerzas que se mueven a su antojo gracias a la globalización. Fuerzas que obedecen a consignas precisas, cuyo slogan totalitario podría ser: todo el poder a los mercados.



George Soros, financista multimillonario, sostiene que “los mercados votan todos los días (…). Ciertamente fuerzan a los gobiernos a adoptar medidas importantes, pero indispensables
. Son los mercados los que tienen sentido del Estado. Sin embargo la globalización mata al mercado nacional, en particular los de los países en desarrollo, que es uno de los fundamentos del poder del Estado-nación. Anulando al mercado, modifica el capitalismo nacional y disminuye el papel de las empresas locales y de los poderes públicos.

Las empresas locales, incluso los Estados, ya no disponen de los medios para oponerse a los mercados. Quedan desprovistas de instrumentos para frenar los formidables flujos de capital, muchas veces puramente especulativos, o para oponerse a la acción de los mercados contra sus intereses y los intereses de los ciudadanos.
En general los gobiernos se someten a las consignas de política económica definida por organismos mundiales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio, que ejercen una verdadera dictadura sobre la política de los Estados.

La globalización no se reduce a la simple apertura de fronteras; traduce sobre todo el creciente poder de los mercados financieros, el retroceso de los Estados nacionales y las dificultades para establecer poderes supranacionales capaces de orientarla hacia el interés general.

Favoreciendo el libre flujo de capitales y las privatizaciones masivas a lo largo de las dos últimas décadas, los responsables políticos han permitido la transferencia de decisiones capitales (en materia de inversiones, de empleo, de salud, de educación, de cultura, de protección del medio ambiente), desde el ámbito público nacional hacia el ámbito privado internacional. Es por eso que actualmente más de la mitad de las 200 primeras economías del mundo no pertenecen a países, sino a empresas privadas.

Desigualdad y devastación

Si consideramos la cifra de negocios global de las doscientas principales empresas del planeta, vemos que ésta representa más de un cuarto de la actividad económica mundial. Sin embargo, esas 200 firmas emplean menos del 0,75% de la mano de obra mundial.

Mediante las fusiones se multiplica el número de firmas gigantes, cuyo peso es a veces superior al de los Estados
. La cifra de negocios de General Motors es superior al producto bruto Interno de Dinamarca; la de Exxon-Mobil supera el de Austria. Cada una de las 100 multinacionales más importantes venden más de lo que exporta cada uno de los 120 países más pobres del planeta. Y las 23 multinacionales más poderosos venden más de lo que exportan algunos gigantes del sur del planeta, como la India, Brasil, Indonesia o México. Esas grandes firmas controlan el 70% del comercio mundial y amenazan con asfixiar o absorber a millares de pequeñas y medianas empresas en el mundo.

Mi comentario: si este es el cuadro de situación, que esperanzas le queda al resto del mundo de instrumentar regulaciones y controles ?.
Los tiempos por venir, darán respuesta a estos interrogantes.
Si nada pasa, tal como ocurrió después de las anteriores grandes crisis globales, la respuesta no habrá que buscarla mas.

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